Aquel
día de Julio, una marea negra comenzó a inundar las calles de la capital. Eran
los mineros, que llegaban. Venían con sus cascos y herramientas dormidas. Brotaba
de sus labios la palabra cálida que hermana: “compañero, compañero”. Tiznaban a
su paso, con el negro carbón, las conciencias de hombres y mujeres: sus prejuicios, su incomprensión, su ausencia
de empatía. Hacían que se vieran como eran por dentro: miserables o nobles,
ruines o generosos.
Venían
con los pies lacerados, pero con la dignidad renovada. Orgullosos de su fuerza,
para emplazar a los gobernantes a cumplir con su palabra.
La
palabra, que tiempo atrás había sido más fuerte que el papel, más firme, se
había convertido ahora en un soplo vacío, capaz de disolverse con el viento.
Les
recibió implacable, el sol. A ellos, acostumbrados a la oscuridad del vientre
de la tierra. Pero no consiguió templar la fuerza de su determinación.
Eran
un río, una fuerza mineral, que se expresaba. Negra, como las entrañas de sus
minas, roja como las brasas que arden en sus corazones.
Muy conseguido, por momentos has conseguido erizar un vello demasiado dormido.
ResponderEliminarLucha y dignidad, esas son sus armas.
Una perta.
Me gustó el río que describes, hasta llegar al corazón.
ResponderEliminarUn saludo
Sentimiento, exposición, vida. Tu "Marea Negra" late, tiene que llegar a buen puerto: se lo merece.
ResponderEliminarSaludos.
Me gusta el sonido que retumba en el texto y el cromatismo, la gama de colores, que imprimen más fisicidad al micro. Saludos.
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