lunes, 9 de julio de 2012

LA HOGUERA


El gobierno alimentaba con carbón una hoguera por la que habían desfilado sumisos inmigrantes, transportistas caprichosos, liberados perezosos, médicos acomodados, vagos profesores y maestros, funcionarios vividores, curritos derrochones… mientras el resto de la población aplaudía complaciente cada uno de los nuevos incinerados, sin percibir que en la plaza quedaban menos personas, mientras el cielo acogía a un número mayor de caprichosas cenizas levitando sin rumbo fijo.

Y ahora, paradójicamente, les tocaba el turno a los que con sudor, pico y pala extraían tan fogoso mineral y obstinados se negaban a morir abrasados por las llamas. Mientras los demás, mermada muchedumbre, se preguntaban como seguiría el espectáculo cuando no quedaran mineros. “Seguramente la hoguera caerá en desuso”, opinaban unos; “yo prefiero la guillotina” bramaban otros; mientras los más convencidos, superponían su voz a la del resto para sentenciar “siendo español, lo mejor es que vuelva el garrote vil”.


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