Y nada más existió hasta la llegada de la jaula.
Estrujó la bolsa de gusanitos, tan vacía como el túnel y la tiró al suelo. El
silencio reinaba en la mina desierta. Caminó de un extremo a otro por la gruta,
contando las vigas y balizas unas doce veces, quizás trece.
Pasada una hora comenzó a escuchar el chirrido
metálico de las poleas. Se levantó, acercándose a la caña para subirse al
elevador, tranquilo y decidido. Apagó la linterna del casco. No tenía ninguna
prisa.
Enhorabuena, eres el primer colaborador de este espacio de todos, y además con un buen micro.
ResponderEliminarLos "curritos" sabemos que es muy complicado digerir la sensación de inacción.
Una perta.
Cuando todo se para se acaban las prisas...
ResponderEliminarEs muy bueno tu micro encantada de conocerte Sin bulla.
Besicos