Tras una dura jornada
laboral, entré arrastrando mi cuerpo vacío y la encontré frente al televisor,
viendo atónita como ese hombre trajeado con apellido de provincia anunciaba la
irreversibilidad de las medidas tomadas. Sin percibir mi presencia, liberó
alguna que otra lágrima, en un silencio sepulcral, eludiendo cualquier quejido,
pues era tan dura como el maldito mineral. Supuse que Pilar estaba recordando
aquel día en el que sonaron las sirenas anunciando el accidente que se llevó al
hoyo a su padre, o aquel otro en el que la arrolladora neumoconiosis la dejó
viuda a los cincuenta. Pero ella sufría en silencio pues, sumada a su orgullosa
dignidad, sabía que la Marcha Negra
en la que participaba mi padre era el comienzo de una lucha igual de
irreversible que las medidas anunciadas por el ministro, pero con la salvedad
de que ellos no tenían alternativa pues la sombra y el frío de la mina eran su único
cobijo. Ahí estaba yo, a mis dieciocho, sabedor que el futuro pintaba mal, contemplando
como mi abuela lloraba historia, con el mono puesto y la cara tiznada de
identidad.
La verdad es que detrás de cada uno de los mineros que se dirigen a Madrid hay muchas y largas historias alrededor del carbón.
ResponderEliminarGracias por tu colaboración.
Me gusta cómo aprovechas cualquier elemento de las minas (tiznada, sirenas, neumoconiosis...) Muy bien lo de las tres generaciones.
ResponderEliminarEs un relato muy bien logrado, me ha movido, es de los que inspiran.
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