Le observaba cada día antes de su despedida. En su zurrón portaba un bocadillo y los zapatos más viejos, junto a una camiseta limpia. Cuando me besaba percibía el aroma de su colonia preferida, y la tersura de su rostro recién afeitado. Mamá siempre le repetía que tuviera mucho cuidado, y le besaba como se besa en los finales de película. Mis amigos y yo, podíamos escaparnos de la escuela sin miedo a que nuestros padres nos encontraran. Ellos siempre estaban a la escucha, bajo tierra.
Cuando regresaba, me daba una palmadita en el hombro y yo miraba sus uñas muy negras, y esas cejas pobladas que escondían virutas de carbón, haciéndose más espesas. Nuestros padres quieren que estudiemos para no vivir una vida sepultada en el olvido de unas tierras muy negras. Los más mayores les acompañamos ayer en una marcha por recuperar las sonrisas que nuestras madres todos los días del año les dedicaban. Sé que son unos valientes. A mí me costó pensar con claridad el único día que le acompañé a la mina. Sólo con esa mañana, me bastó para saber lo que él sufría.
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Me gusta esta visión desde los ojos del hijo, su comprensión hacia el padre al conocer dónde se mueve cada día. Espero que le sirva para estudiar como sus padres desean.
ResponderEliminarBesitos, como siempre muy buen relato.