Como cada viernes, de cada
año, deberá cargar con la cruz a cuestas, con los pecados de todos.
En el difícil camino, caerá
tres veces, recibirá golpes y desde la corona de espinas caerán gotas de sangre
al suelo, los rayos de sol en ellas incidirán, brillantes y secas, reflejarán
las caras de cada minero.
Un Cirineo ayudará en ese
camino hasta Madrid y una buena Samaritana aliviará su dolor y fatiga con un
paño, la Santa Faz, donde el sudor, las lágrimas y la sangre entremezcladas
dejarán su rostro grabado, como negro carbón. Subirá al Monte Gólgota, le
atarán las manos al madero y se las clavarán, entre dos reos condenados, y a
los pies, su Madre y su discípulo predilecto San Juan, allí gritará y llamará a
su Padre, le preguntará:
- ¡Elohim, Elohim! ¿Por qué
me has abandonado?
- ¿A quién llama? – alguien
preguntó-.
-
A su padre- otro contestó-
-
Perdonará a los dos ladrones
y les prometerá el cielo, a diestra y siniestra. Después del último suspiro, su
frente caerá. Tras el Descendimiento, un soldado asaetará el corazón de donde
saldrán sangre y agua para asegurarse de su muerte final.
Lo enterrarán cubierto de
lino, de pies a cabeza, en una mina y a los tres días resucitará. Visitará a
los mandamases de Madrid y les hará recapacitar porque “Mi reino no es de este
mundo”
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