El
abuelo Tomás decía que cuando uno respira el polvo del carbón durante un año,
se le queda la mina adentro para siempre.
–La
sangre se te vuelve negra –aseguraba–, pero no todos son capaces de verlo. –Por
eso quería que yo trabajase en otra cosa, que pudiese elegir mi destino.
El
abuelo Tomás me contaba las verdades sin tapujos.
–Los
niños saben entender las cosas como son. –Y se enfadaba cuando le hacían callar
aludiendo a mi presencia.
Al
abuelo Tomás le gustaba la oscuridad, y sabía ver a través de la negrura de la
noche. Luego, durante el desayuno, me desvelaba las historias que allí
ocurrían.
Nunca
me mintió, de eso estoy seguro, pero sí se calló alguna verdad. Como cuando mi
madre se cortó mientras cocinaba, y de la herida brotó un líquido negro,
brillante.
Yo
le interrogué con los ojos, sin embargo él no dijo nada. Tan solo arrugó la
frente al confirmar que yo llevaba el pozo ya dentro.
La mina se mete en la sangre y en las vidas, y las vuelven negras los que especulan con esas vidas y su futuro.
ResponderEliminarBesos desde el aire