Nací en la cuenca minera del
Nalón, una tierra negra que de tanto escanciarla con sidra y rondarla al
compás de la gaita acabó creyéndose paraíso natural de verdes praderas. Ahí
crecí yo, rodeado de hombres que tosían el polvo negro que les había comido las
entrañas; de viudas que soñaban con que algún día el pozo les devolviera al
compañero que les quitó y de gentes más pegadas a la tierrina que el carbón a
la mina.
Un lugar donde la dureza se
reparte entre todos para convertirla en fortaleza, donde hemos echado raíces y
plantado ilusiones, donde está ese hogar que no queremos abandonar. Yo también
voy a Madrid, para que escuchen mi voz, para que cada paso hacia la capital se
convierta en un euro para la minería y para que en la cuenca del Nalón siga
amaneciendo cada día.
Nuestro corazón va a Madrid con los mineros, les acompañamos a cada paso.
ResponderEliminarBesos desde el aire
Gracias a ellos nuestros inviernos han sido menos fríos, han trabajado y dado la vida por los demás. Al menos se merecen que se reconvierta el sector. Eso de cerrar sin más no tiene sentido.
ResponderEliminarAbrazos
Qué buena aportación, Esperanza. Has hecho un pequeño boceto de la vida en esas comarcas.
ResponderEliminarVamos todos a una, que tu nombre es lo último que se pierde.
Un abrazo.
Sí, Esperanza, todos avanzamos hacia Madrid con ellos, les mandamos nuestros mejores sentimientos de aliento y fe, para que al menos, no decaigan y consigan su objetivo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Solidaridad queo que es la palabra. Cuesta tan poco y da tanta esperanza.
ResponderEliminarUn abrazo