Llueve, en la ventana resbalan las
gotas cuando mi hermano pequeño arranca a llorar. El niño tiene los ojos
negros, madre dice que es porque padre pasaba mucho tiempo en mina. Cuenta que
poco a poco la vida fue perdiendo sus colores, que con el paso del tiempo el
negro de la mina lo fue tiñendo todo: la alegría, la ilusión; hasta a
nosotros mismos. Que su sangre ya no es roja, que es negra, de tanto sufrir día
sí y día también por ver que la única fuente de ingresos de la familia pende de
un hilo. Me asegura que padre marcha hacia la capital porque el futuro que le
espera es tan negro como ese carbón, que hasta hace cuatro días arrancaba en
las entrañas de la tierra. Madre acaricia mis trenzas con dulzura; ¿lo
ves? Tu pelo también. Entonces me doy cuenta de que en los cristales el
sol ha dibujado un gran arco iris, cojo de la mano a madre para que esas
lágrimas que resbalan silenciosas por su rostro, se tiñan de rojo, de añil o de
verde, el color de la esperanza.
Esperemos ver pronto el arco iris en el horizonte.
ResponderEliminarBesos desde el aire
Lo dicho, Paloma. Una hermosa aportación.
ResponderEliminarNo más.