La mina vacía me ofrece su garganta oscura con sus
paredes de bombillas apagadas. Observo los raíles fríos de una vía muerta. El
ruido lejano de un montacargas irrumpe desde lo más profundo. Una lágrima de
añoranza, desciende de mi rostro. Cae y se entierra en recuerdos de un glorioso
pasado. El ruido es cada vez más cercano. Las cajas de dinamita guardan vacías
a mi izquierda. Un casco duerme arropado por su propia sombra. La vida en la
mina hace tiempo que desapareció. Se la llevaron a otros siglos, a otros
lugares. Ahora no es nuestra, ya no nos pertenece. Hubo un tiempo que lo fue,
antes de la marcha negra. Antes de que todo acabara. El montacargas se detiene al
final del túnel y la puerta se abre. Una vagoneta vacía me busca. No voy a
huir. Esta vez no. El humo del montacargas me envuelve. Toso continuamente
desde hace un tiempo. Ahora, ya no tiene importancia. Me dejo llevar por la
vagoneta hacia la oscuridad, mi sudario en estos últimos años y, que un buen
día, alguien decidió arrancarme, dejándome desnudo e indefenso. Mi último exabrupto
es engullido por la oscuridad de una mina cerrada. Una más.
La mina convertida en sepultura. No des ideas, no des ideas...
ResponderEliminarQué bien, Marcel, verte por aquí.
Un abrazo