Allí estaban todos congregados, como si tuvieran un Monopoly entre
manos. Yo te compro estos bidones de petróleo; tú, dame esos minas de uranio y
las de carbón. Aquel, quiere las de diamantes. La otra, todos los solares. El
mayor pide los aeropuertos; la joven, las joyerías. Aquel de más allá, tiene
los bancos. Este de aquí al lado, la industria farmacéutica. El rubio la flota
pesquera; el moreno, los arsenales de guerra; el pelirrojo, los productos
agrarios y éste calvo, el vaticano.
Debajo de la mesa los duendes de los cuentos llaman a los grandes
poderes y deciden en pequeño cónclave llevarse a todos lejos, muy lejos. Una
vez la sala está vacía, comienzan a llegar los desarrapados, los heridos, los
enfermos, los mal pagados, los castigados... todos los que, aquellos primeros
les llamaban: “Los incapaces”.”Los vagos” “Los tontos”.
Dios llamó a la puerta y presidió la sala. Traía una lista de recados,
los repartió uno a uno y les dijo: “Cada uno sabe lo que debe hacer, y ahora
por favor, no la caguéis, vosotros”.
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